He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu.
En los capítulos 40 a 48 del libro de Isaías, Dios le habla a Israel acerca de su idolatría. Se trataba de un problema prevalente en medio de ellos. La idolatría gobernó el corazón del pueblo y caracterizó sus caminos a lo largo de toda su historia, ya sea en Egipto, en el desierto o en la tierra prometida, tal como testificó solemnemente Esteban ante los líderes de Israel (véase Hch. 7). Su infidelidad y alejamiento del Dios vivo, manifestados en su servicio a los ídolos o los falsos dioses, contrastó grandemente con el verdadero Siervo de Dios. Israel había sustituido a Dios en sus corazones, alejándose del Señor para servir a una multitud de ídolos.
Cuando el Señor Jesús vino, él ocupó el lugar de Israel como Siervo, y cumplió los planes de Dios con respecto a su pueblo. Sirviendo a Dios con un amor genuino, Jesús vino como el verdadero Israel: “Mi siervo eres, oh Israel, porque en ti me gloriaré” (Is. 49:3). El pueblo terrenal de Dios, Israel, fue sacado de Egipto como una vid (véase Sal. 80:8) para que diera fruto para Dios, pero fracasó completamente (véase Is. 5:1-2). Entonces vino el Mesías, ocupando el lugar de Israel, para ser el verdadero Siervo y la Vid verdadera (Jn. 15:1-5).
En las cuatro profecías de Isaías acerca de este Siervo fiel y admirable, el profeta utiliza la palabra “siervo” en siete ocasiones (Is. 42:1; 49:3, 5, 6; 50:10; 52:13; 53:11). El Tárgum, que es una interpretación en arameo de la Ley y los profetas, parafraseó el texto de Isaías 52:13, añadiendo la expresión «el Mesías» junto a “mi Siervo”. Sin embargo, no se hizo lo mismo en Isaías 53:11, aunque ese versículo claramente también hablaba del Mesías. Es claro que las siete referencias hablan de Jesús, el Mesías. Otros pasajes en Isaías mencionan la palabra “siervo”, pero haciendo referencia a la nación en su fracaso o, en ocasiones, a un remanente entre ellos. El bendito Mesías sirvió a Dios con total consagración, y luego se entregó como el Sacrificio supremo, algo que nadie más pudo ni podrá hacer jamás.
Alfred E. Bouter