Estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí.
Mientras el Señor estaba sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, una mujer (que sabemos por otros relatos que era María, la hermana de Marta) trajo un frasco de alabastro con un perfume muy valioso de nardo puro y lo derramó sobre la cabeza del Señor. De esta forma, María manifestó su discernimiento espiritual, su afecto y aprecio por Cristo, cuya gracia y amor la habían atraído. Con su acción, ella manifestó una inteligencia espiritual que superaba a la de los otros discípulos. Como alguien escribió: «La gracia y el amor de Jesús habían producido amor por él, mientras que su palabra había producido inteligencia espiritual».
El amor de María por Cristo la hizo consciente del creciente odio de los judíos. Su acto fue una muestra de cuánto apreciaba el amor de Cristo en un momento en que algunos hombres expresaban su odio hacia él. Sin embargo, el acto de María reveló la avaricia de algunos presentes. Sabemos por el Evangelio según Juan que Judas era el líder de los que se indignaron con María. Aquello que era beneficioso para Cristo era perjudicial para Judas. Los hombres pueden apreciar los actos benéficos hacia otros hombres, pero pueden no valorar un acto de adoración dirigido únicamente a Cristo. ¿No corremos el riesgo, como cristianos, de estar activos en la predicación y cuidado de los demás, pero mostrar poco aprecio por un acto de adoración que se centra en Cristo? No olvidemos que aquellos que se quejaron del acto de María, en realidad estaban cuestionando a Cristo. Si el acto de María no tuvo ningún valor, entonces Cristo no sería digno de la adoración de su pueblo.
Hamilton Smith