Él les dijo: Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.
En este reino que ya está formado en la tierra (aunque no aún en su etapa de manifestación pública), no hay un rey visible. Tal misterio no existía con David, Salomón, Nabucodonosor, Darío, Alejandro o César. Sin embargo, aunque no hay un rey visible en este reino, hay multitudes en la tierra que profesan lealtad y sujeción a su Rey. El reino, en su forma actual, abarca a todas estas personas. La expresión “reino de los cielos” la encontramos solamente en el Evangelio según Mateo. Y siempre hace referencia a personas en la tierra que reconocen la autoridad que proviene del cielo. En el Evangelio según Lucas, donde encontramos parábolas similares, se nos habla del “reino de Dios”, simplemente sustituyendo el lugar (el cielo) por una Persona (Dios). Mientras que Mateo hace referencia al lugar desde donde proviene la autoridad, Lucas apunta a la Persona cuyo gobierno es reconocido.
Encontramos otra expresión en Romanos 14:17: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. La verdad que se expresa en este pasaje es de índole individual y moral. Cuando un hijo de Dios camina en verdadera sumisión, no se caracterizará por disputas y diferencias insignificantes, como se describe en ese capítulo, debido a desacuerdos acerca de lo que se debe comer o beber. Por el contrario, en él se manifestarán las nobles características del reino de Dios: justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Una vida así se convierte en una ilustración en miniatura de estas características del reino de Dios. Aquellas personas que poseen este espíritu no se preocupan por cuestiones triviales. Sus corazones y vidas están gobernados por Dios mismo.
Esta es una línea de ministerio que deberíamos resaltar más, especialmente en nuestro tiempo, cuando los principios de la justicia están siendo abandonados en gran medida. Porque el principio de la justicia es primordial en el reino de Dios.
Albert E. Booth