Estos son los hijos de la provincia que subieron del cautiverio, de los que llevó cautivos Nabucodonosor rey de Babilonia, y que volvieron a Jerusalén y a Judá, cada uno a su ciudad… El número de los varones del pueblo de Israel: Los hijos de Paros, dos mil ciento setenta y dos. Los hijos de Sefatías, trescientos setenta y dos. Los hijos de Ara, seiscientos cincuenta y dos … Los varones de Micmas, ciento veintidós. Los varones de Bet-el y de Hai, ciento veintitrés. Los varones del otro Nebo, cincuenta y dos.
¿Cuántas veces hemos llegado a registros genealógicos como estos y simplemente pasamos a la siguiente página de nuestras Biblias? Solemos pensar que los nombres extranjeros no tienen ningún significado para nosotros, a veces incluso nos cuesta pronunciarlos correctamente. Pero ¿por qué Dios los ha incluido en su Palabra?
Nuestro Señor Jesús dijo una vez: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lc. 10:20). Nuestro Buen Pastor llama a sus ovejas por su nombre (Jn. 10:3). Y hasta los cabellos de nuestra cabeza están todos contados (Mt. 10:30).
Dios lleva registros de manera segura y con una precisión infinita. A menudo nos presenta números redondos impresionantes, como el número de soldados en los ejércitos de Israel y Judá, y en los ejércitos de sus enemigos. Pero aquí, en Nehemías 7, y en Esdras 2, donde encontramos por primera vez este registro, vemos que cada familia y cada individuo que regresó del cautiverio en Babilonia eran preciosos e importantes para Dios. Enumera a algunos por sus familias, a otros por sus ciudades y a otros por sus ocupaciones.
Además, Dios nos conoce completamente. Conoce nuestra crianza, sabe cada detalle de nuestras vidas ¡y aun así nos ama! Pronto llegará el momento en que “cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Co. 4:5). ¡Cuánta gratitud deberíamos tener por este cuidadoso y amoroso registro!
Eugene P. Vedder, Jr.