Rociará siete veces sobre el que se purifica de la lepra, y le declarará limpio; y soltará la avecilla viva en el campo.
El leproso quedaba mirando la obra de Dios para él, luego recibía Su remedio, y escuchaba la sentencia divina. No tenía que hacer nada para merecer algún bien, sino que todo lo recibía de parte del Dios de Israel. El sacerdote rociaba la sangre sobre él siete veces y lo declaraba limpio. Esto es maravilloso. Nos muestra de forma conmovedora que la salvación viene de Dios. Le brindaba al leproso una seguridad perfecta, sin lugar a ninguna duda. El leproso podía ser consciente de que estaba bajo el poder de la sangre; y el sacerdote de Dios podía declararlo limpio solo bajo el poder de aquella sangre. De la misma manera, el creyente de la presente dispensación, que simplemente trata con Cristo acerca de sus pecados, tiene derecho a una paz perfecta, completamente fundamentada en que Cristo murió por nuestros pecados y quitó el pecado mediante el sacrificio de sí mismo. La Palabra de Dios declara que ahora somos justificados por su sangre (Ro. 5:9). Así que somos declarados limpios.
Luego, se dejaba en libertad a la avecilla viva, figura de un Salvador resucitado. “Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (He. 1:3). La resurrección y ascensión de Cristo nos dan la perfecta seguridad de que Dios quedó plenamente satisfecho con la obra expiatoria de Cristo, y que vio en su muerte en la cruz una respuesta a cada demanda de la santidad y justicia divinas, así como la completa eliminación de los pecados de su pueblo (Ro. 4:25). No era posible que Cristo fuera retenido por la muerte; su cuerpo no experimentó corrupción, siendo considerado digno de toda gloria.
La avecilla viva quedaba retenida hasta que el leproso fuese declarado limpio; pero cuando se confirmaba plenamente la eficacia de la avecilla muerta al declarar limpio al leproso, entonces la avecilla viva era dejada en libertad. ¡Imagina qué paz y consuelo experimentaba el pobre leproso! ¡Y qué perfecto descanso nos brinda el conocimiento de que Cristo resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo!
H. H. Snell