Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía… Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías.
(Daniel 1:8, 19)
Hace muchos años hice un compromiso de obedecer al Señor sin importar las consecuencias. Como todos, he cometido errores, pero mi determinación de seguir a Cristo no ha cambiado. Cuando enfrentamos dificultades, este compromiso nos ayuda a mantenernos firmes.
Todos pasaremos por momentos en los que hay un conflicto directo entre el camino de Dios y lo que se espera de nosotros. Tal vez nuestro jefe nos diga que engañemos a los clientes acerca de los productos de la empresa; o un amigo nos presione para que nos unamos a algún comportamiento arriesgado; o los miembros de nuestra familia nos insten a mentir en su favor. Negarnos a estas peticiones puede producir pérdida, rechazo o incluso el fin de una relación. Por otro lado, aceptar comprometería nuestro testimonio o nos llevaría a desobedecer los mandamientos de Dios.
Daniel se enfrentó a este dilema. Él y sus tres amigos tuvieron que elegir entre comer alimentos prohibidos por las Escrituras o negarse y enfrentar la ira del rey, ser encarcelados o incluso morir. Daniel mostró gran valentía al proponer un plan de alimentación diferente (Dn. 1:12). Sus palabras y acciones demostraron su lealtad a Dios, quien lo recompensó a él y a sus amigos debido a su fe y compromiso (v. 17). A pesar de sus difíciles circunstancias, los cuatro jóvenes confiaron plenamente en que Dios cuidaría de ellos.
La elección de Daniel les otorgó el favor del rey. La obediencia de Jesús lo llevó a la cruz y luego a la gloria. La confianza de Pablo en Cristo también trajo dificultades. Cuando obedecemos, las consecuencias pueden variar, pero hay dos cosas que no cambian: la obediencia glorifica a nuestro Padre y lo complace. ¿Qué podría ser mejor que eso?
Tim Hadley, Sr.