El Señor Está Cerca

Miércoles
7
Agosto

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.

(1 Juan 4:9)

¿Es Dios indiferente?

Hay quienes dicen que Dios es un espectador indiferente ante la agonía de la humanidad, y que no tiene interés en los asuntos de este mundo. ¿Será cierto? ¿O es una calumnia inspirada por el diablo contra su santa Persona? Es una cosa o la otra, no puede haber un término medio.

Reconocemos la grandeza de Dios; cualquier persona sensata lo sabe. Podemos ver su poder y gloria en la belleza de la creación, tanto de día como de noche (Sal. 19:1-3). Pero ¿es eso todo lo que sabemos de él? Si es así, no obtenemos una respuesta a nuestra pregunta. Podemos sentir admiración por la grandeza e infinitud de su gloria, pero si eso es todo lo que sabemos de él, entonces no podemos obtener ningún consuelo y no podemos saber si a Dios realmente le importan sus criaturas.

Afortunadamente, eso no es todo lo que sabemos. Dios ha encontrado una forma maravillosa de revelarse a nosotros. No envió a un ángel, sino a su propio Hijo, Jesús. Por las palabras de Jesús, hemos aprendido que no hay un solo pajarito que caiga al suelo sin que él lo note (Mt. 10:29). Aquel que sustenta el universo por la Palabra de su poder, se interesa incluso por las criaturas más pequeñas y débiles. Esto nos muestra que no es indiferente al sufrimiento de sus criaturas. Si Dios se compadece de un pajarito, ¡cuánto más se preocupará de los seres humanos! (véase Mt. 10:30-31).

Sí, Dios se interesa por sus criaturas. Lo ha demostrado de muchas formas, pero especialmente al entregar a su Hijo unigénito para morir por los hombres. Queremos animar a quienes se sienten solos y desconsolados, especialmente a quienes aún no conocen a Dios, a que confíen en él y le presenten sus aflicciones. Él escuchará sus clamores, perdonará sus pecados y llenará sus corazones de eterno consuelo. Les dará un lugar y una porción en su reino, donde “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos” (Ap. 21:4).

J. T. Mawson

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