El Señor Está Cerca

Jueves
27
Junio

Entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo.

(Marcos 11:15)

Corrupción en la Casa de Dios

Después de llegar a Jerusalén, Jesús entró en el templo. ¿Qué encontró allí? La Casa de Dios, puesta en manos de los hombres, estaba sumida en una inmensa corrupción. El templo, que fue concebido como un lugar de encuentro entre Dios y los hombres, se había convertido en un medio para satisfacer la codicia de los líderes religiosos de Israel.

Lo que hicieron los líderes judíos, también lo pueden hacer los líderes de la Iglesia cristiana, si no interviene la gracia de Dios. Años más tarde, el apóstol Pablo advierte acerca de la introducción entre los cristianos de “hombres corruptos de entendimiento… que toman la piedad como fuente de ganancia” (1 Ti. 6:5). Del mismo modo, el apóstol Pedro, que presenta a la Iglesia como la Casa de Dios, exhorta a los líderes cristianos a apacentar al rebaño “no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto” (1 P. 5:2). En su Segunda Epístola, Pedro también nos advierte de que llegará un momento en que surgirán entre los cristianos hombres que “por avaricia harán mercadería” de los creyentes.

Estas cosas nos enseñan que la naturaleza del hombre nunca cambia, ni cambiará. La codicia que corrompió la Casa de Dios en Jerusalén, también se ha introducido en la Casa espiritual de Dios y, por tanto, “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 P. 4:17).

El Señor condena esta corrupción en términos inequívocos. La Casa que, según las Escrituras, debía ser Casa de oración para todas las naciones, se había convertido en una cueva de ladrones (Is. 56:7; Jer. 7:11). La denuncia del Señor hacia esta maldad solo generó un efecto: la más extrema oposición hacia su Persona (v. 18). Y, en nuestros días, en presencia de la corrupción de la cristiandad, los que tratan de seguir al Señor en la defensa de la verdad, tendrán que enfrentar gran oposición. “Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Ti. 4:5).

Hamilton Smith

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