Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo… Ellos, pues, habiendo sido encaminados por la iglesia, pasaron por Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles; y causaban gran gozo a todos los hermanos.
(Hechos 9:31; 15:3)
Estos versículos contienen la última mención de Samaria (y, por consiguiente, de los samaritanos) en la Palabra de Dios. Como vimos anteriormente en Hechos 8, debido a la persecución, muchos creyentes judíos se refugiaron en Samaria y predicaron el Evangelio allí. La predicación de Felipe condujo a muchos a los pies del Señor. La visita de Pedro y Juan confirmó su comunión con estos nuevos creyentes, y Dios se complació en darles el Espíritu Santo a través de estos apóstoles. En su regreso a Jerusalén, estos apóstoles predicaron el Evangelio en muchas aldeas samaritanas.
El Señor, Cabeza de su Cuerpo, la Iglesia, bendijo la predicación de la Palabra con muchas conversiones. El Cuerpo es uno, así como la Cabeza es una. El antiguo odio y rivalidad entre judíos y samaritanos (y poco después también entre los gentiles) desapareció entre los seguidores del Señor Jesucristo, a quienes él formó en “un solo y nuevo hombre” (Ef. 2:15), siendo él la Cabeza.
Este es el motivo por el cual hallamos tan bellas expresiones: “Las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas… y se acrecentaban”. Más adelante, en Hechos 15, vemos como los creyentes en “Fenicia y Samaria” se alegraron al escuchar el informe de Pablo y Bernabé acerca de la conversión de los gentiles. Las regiones geográficas pueden ser mencionadas como entidades individuales en las Escrituras, pero los hermanos ya no son llamados judíos, samaritanos o gentiles, pues como dice 1 Corintios 12:13 (NBLA): “Por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo”. Por lo tanto, independientemente de cuál sea nuestro origen o trasfondo, alegrémonos de esta maravillosa unidad a la que hemos sido traídos en Cristo.
Eugene P. Vedder, Jr.