He aquí ahora hay en esta ciudad un varón de Dios, que es hombre insigne; todo lo que él dice acontece sin falta.
Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento.
En Londres, cerca de la catedral de San Pablo, hay una calle que, siempre que paso por allí, evoca en mí pensamientos muy peculiares. Se trata de la calle Godliman (probablemente se trata de una derivación de la expresión “godly man”, que en inglés significa: hombre piadoso). ¿Vivió allí, en algún momento, un cristiano devoto, cuya vida fue tan santa que influyó en la atmósfera de esta calle? ¿Acaso sus vecinos estaban convencidos de su santidad y piedad? ¡Oh, que nuestra piedad pueda dejar huella en nuestro vecindario, y que el recuerdo de ella perdure mucho tiempo después de nuestra muerte!
Hace una o dos generaciones, en las tierras altas de Escocia, vivían varios hombres honestos y piadosos a quienes se les llamaba, significativamente, los hombres, apelando a ellos como los verdaderos u honrados. Ninguna reunión religiosa se consideraba completa si no estaban ellos. Sus oraciones y exhortaciones eran realmente dirigidas por el Espíritu Santo.
De la misma forma, la piedad de Samuel era conocida por todo Israel. La fragancia de su carácter no podía esconderse. Por este motivo, todos en el pueblo confiaban en él. Decían: “Es hombre insigne; todo lo que él dice acontece sin falta”. ¡Qué provechosa es la piedad cuando inspira tanta confianza y aprobación entre los que nos rodean! Procuremos ser hombres y mujeres piadosos.
No solo vivamos sobria y justamente en este mundo, sino también piadosamente (Tit. 2:12). Recordemos que Dios ha apartado para sí a los que viven piadosamente, pues reflejan su carácter. Esto lo logran cultivando la comunión y la cercanía con Dios. Sus rostros están iluminados por Sus bellezas y sus palabras están impregnadas de Su verdad. Después de pasar tiempo en su presencia, se puede percibir la gravedad, la serenidad, la bondad y la belleza de la santidad, que son las características del cielo.
F. B. Meyer