Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.
Estar enfocados en la carne, con sus diversas actividades y obras engañosas, es no reconocer que hemos sido crucificados y que debemos considerarnos muertos a ella. Si la vemos como una fuerza antagónica que hay que vencer, entonces estamos reconociendo que sigue viva. Pero si la consideramos como muerta en la muerte de Cristo, como juzgada en su muerte, y hallamos todos nuestros recursos en el Cristo resucitado y glorificado, entonces estamos reconociendo que hemos muerto realmente al pecado, y que estamos vivos para Dios en nuestro Señor Jesucristo. La fe nos lleva a mirar siempre a las cosas desde la perspectiva de Dios, posicionándose del lado de Aquel que considera que nuestro viejo hombre ha sido puesto aparte judicialmente en la cruz, y que nos ve completos en su Hijo amado.
Con toda certidumbre podemos vernos como objetos del continuo cuidado y disciplina de nuestro Padre. Si andamos según la carne, en lugar de hacerlo según el Espíritu, probablemente sea necesaria la disciplina paternal, la cual ejercerá con gracia y amor. Pero esto no contradice en absoluto la preciosa verdad de nuestra aceptación y posición en el Cristo resucitado, por cuyo sacrificio hemos sido perfeccionados para siempre. El hecho es que, por la gracia, ya no estamos “en la carne” (Ro. 8:9), sino que “en Cristo” (Ro. 8:1); sin embargo, la carne aún está en nosotros. Pero lo que debemos hacer es considerarla como muerta judicialmente, ante Dios y ante la fe, en el Cristo crucificado. De esta forma podremos estar constantemente ocupados con el Hijo de Dios, quien obtuvo la victoria sobre la muerte, y hallar en él todos nuestros recursos, fuerzas y motivaciones.
Dichosos los que se ocupan de la gloria y de las excelencias personales de nuestro Señor Jesucristo, así como de su obra consumada y sus oficios. Los tales siempre gozarán del consuelo del amor del Padre, del gozo de su seguridad y de la plenitud de su Amado, mientras velan y esperan su venida.
H. H. Snell