Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. El camino de los impíos es como la oscuridad; no saben en qué tropiezan.
Antes de su conversión, el cristiano caminaba en la triste oscuridad de la incertidumbre, pero ahora es bendecido con la “iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Co. 4:6). Esta dulce luz eleva el corazón por encima de las circunstancias de la tierra y trae un gozo inefable. Sin embargo, todavía estamos en un mundo envuelto en la oscuridad. Las circunstancias que nos rodean pueden afectar tristemente este gozo; por lo tanto, no podemos evitar los momentos de prueba, tristeza y dificultad.
Podemos pensar que la luz ha disminuido, pero no es así. En lugar de eso, lo que se ha atenuado es nuestra percepción de ella, porque no hemos mantenido fijos nuestros ojos en el Señor Jesús. Nuestros sentimientos no son la vara que Dios utiliza para medir. La luz que Dios proporciona brilla continuamente, aunque no siempre percibamos toda su intensidad; esta luz nos hace apreciar cada vez más la sencillez de la verdad de Dios y anhelar cada vez más el día en el que se manifestará en perfección. La luz seguirá brillando hasta ese día. ¿No anhelamos ese día más que cuando conocimos al Señor?
Nos sentimos bendecidos al leer esta declaración tan positiva de la verdad (v. 18), la cual conocemos por su gracia. Sin embargo, el Señor necesita recordarnos que hay un lado negativo que debemos considerar seriamente: “El camino de los impíos es como la oscuridad” (v. 19). Cuando andamos en la luz, nos resulta extraño que los impíos no disciernan lo que nos parece tan obvio: “No saben en qué tropiezan”. Lo que para los creyentes parece una verdad tan sencilla es algo completamente extraño para los incrédulos. Tropiezan con cosas que nos parecen elementales, y esto los lleva a la terrible destrucción en las tinieblas de la oscuridad eterna. ¡Qué triste contraste con la luz “del conocimiento de la gloria de Dios”!
L. M. Grant