Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora… tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar.
(Eclesiastés 3:1, 5)
La idea de abrazar a alguien puede ser vista de dos maneras.
En cierto sentido, “abrazar” es una forma poética que describe el matrimonio, que es la relación íntima entre un hombre y una mujer. En su Palabra, y desde el relato de la creación, Dios deja en claro que la sexualidad humana tiene su lugar dentro del orden que Dios estableció, es decir, dentro del matrimonio. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. (Gn. 2:24). El apóstol Pablo aborda el mismo tema en 1 Corintios 7:1-5. Si el ser humano vive conforme al orden de Dios en la creación, entonces esto redundará en la bendición mutua del esposo y la esposa. Pero si alguien da rienda suelta a su sexualidad fuera del matrimonio, entonces esto es pecado, y solo resultará en dolor y desastre. Es por eso que hay un “tiempo de abstenerse de abrazar”. Cualquier persona casada comete adulterio cuando tiene relaciones sexuales con alguien que no sea su cónyuge. Y cualquier persona soltera, o que ya no tenga cónyuge, comete fornicación si tiene relaciones sexuales.
En otro sentido, abrazar a alguien puede implicar simplemente la demostración de afecto fraternal. Así que, en este sentido y de forma general, podemos decir que entre los creyentes hay un tiempo de abrazar. El Señor dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros… En esto conocerán todos que sois mis discípulos” (Jn. 13:34-35). Pero, por desgracia, puede surgir entre los creyentes un “tiempo de abstenerse de abrazar”: cuando la Iglesia deba ejercer su disciplina sobre alguien, a tal punto que el tal debe ser considerado “perverso” (1 Cor. 5:11, 13). ¡Qué maravilloso sería que, en tal caso, la gracia de Dios llevara al creyente que ha pecado a arrepentirse y a ser restaurado! Si ese fuese el caso, entonces habrá nuevamente un tiempo bendito para “abrazar” después de su restauración (véase 2 Co. 2:6-8).
Michael Vogelsang