[A Jesús] le era necesario pasar por Samaria… La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí… Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos… nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo.
En los días del Señor Jesús, los judíos no tenían ningún trato con los samaritanos. De hecho, a menudo evitaban pasar por Samaria cuando viajaban entre Judea y Galilea. Pero nuestro bendito Señor no hizo esto. A él le era necesario pasar por aquella provincia despreciada, pues allí había una mujer pecadora que necesitaba del “agua viva” (v. 10). Aunque estaba cansado por el viaje, Jesús se tomó el tiempo para hablar con esta mujer cargada de pecados y muy necesitada. Ella tomó conciencia de quién era ella y quién era el Hombre que estaba sentado junto al pozo: un judío, un profeta, ¡el Cristo!
El Señor conocía muy bien a esta mujer. Al ofrecerle el “agua viva”, él ganó su corazón. Al decirle: “Ve, llama a tu marido”, tocó su conciencia. Al enseñarle qué es lo que el Padre busca, la condujo a abandonar sus ideas equivocadas acerca de la adoración, y le llevo a la comprensión que ahora poseemos como cristianos. Al revelársele como el Mesías prometido, la impulsó a dejar su cántaro e ir a dar testimonio a los hombres de la ciudad, invitándolos a conocer a Jesús por su propia cuenta.
Esto fue algo incomprensible para los discípulos. Les parecía extraño que la salvación de esta mujer samaritana fuera un alimento para el alma de su Maestro. El Señor no compartía su resentimiento hacia los samaritanos. Muchos de ellos creyeron entonces por el testimonio de la mujer. Lo invitaron a quedarse con ellos, lo cual hizo por dos días. Muchos más creyeron por la palabra de Aquel que ahora reconocían como el Salvador del mundo.
Eugene P. Vedder, Jr.