Para siempre, oh Señor, tu palabra está firme en los cielos.
(Salmo 119:89 NBLA)
En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti.
(Salmo 119:11 NBLA)
Estos dos versículos nos proporcionan dos lemas de oro para nuestra vida. Exponen el verdadero lugar de la Palabra: “Firme en los cielos” y “atesorada” en el corazón, dando así al cristiano toda la estabilidad y seguridad moral que solo la Palabra es capaz de comunicar.
Es una gracia y un privilegio inefable poseer algo “firme” en medio de tanto conflicto y confusión, discusión y controversia, opiniones contrarias y dogmas humanos. Es un dulce alivio y un gran descanso para el corazón hallar algo en lo que apoyarse en la tranquila confianza de la fe. Qué preciosas son estas palabras: “Para siempre, oh Señor, tu palabra está firme en los cielos”. Nada puede tocar esto. Está por encima y más allá del alcance de todos los poderes de la tierra y del infierno..
Pero recordemos la contrapartida: “En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti”. En esto vemos la gran salvaguarda moral para el alma en días tan oscuros y malvados. Tener la Palabra de Dios atesorada en el corazón es el secreto divino para estar protegido de todas las asechanzas del enemigo y todas las influencias malignas que actúan a nuestro alrededor. Satanás y sus agentes no pueden hacer absolutamente nada contra un alma que se aferra reverentemente a las Escrituras. El creyente que ha aprendido, en la escuela de Cristo, la fuerza y el significado de la frase imperativa “escrito está”, está a salvo de todos los dardos de fuego del maligno.
En todo momento, el punto principal para el pueblo de Dios es la obediencia. ¿Obediencia a qué? ¡A la Palabra de Dios! ¡Qué descanso para el corazón! ¡Qué autoridad para el camino! No hay nada que se la asemeje. Tranquiliza el espíritu de una manera maravillosa e imparte una consistencia santa al carácter de cada hijo de Dios.
C. H. Mackintosh