¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado.
¡Alabado sea Dios! En este versículo vemos una nueva y bendita realidad: Jesucristo ha resucitado. Este es, en efecto, un nuevo comienzo. Se ha dicho con verdad: «Este es el segundo volumen de nuestra historia». Quiera Dios que cada uno de nosotros lo comprenda. La muerte de Cristo cerró el primer volumen de nuestra historia, todo lo que éramos. El segundo volumen, que se abrió con su resurrección, está lleno de todo lo que Cristo es.
El primer volumen es el relato de todo lo que fuimos como hijos de Adán: sus páginas están repletas, por así decirlo, de nuestros pecados, miseria, culpa y maldad. Es un relato triste y solemne del hombre en su estado natural de perdición y culpabilidad ante Dios. Es la crónica de una noche de oscuridad sin el consuelo de alguna estrella solitaria. Son páginas manchadas de principio a fin. El segundo volumen está lleno de la gloria de la persona de Cristo, de su obra consumada y de todo lo que él es en la perfección de sus victorias. ¡Que podamos estar llenos de la magnificencia de este maravilloso relato de sus glorias! ¡Que nuestros corazones rebosen del segundo Hombre, el postrer Adán!
Por lo tanto, el centro de la historia de la humanidad es la resurrección de Cristo. Al resucitarlo de entre los muertos, Dios manifestó públicamente que halló plena satisfacción en la obra del Señor Jesucristo. Es por eso que insistimos en que la resurrección es la verdad fundamental del Evangelio. Es la demostración pública de la plenitud y eficacia de la obra expiatoria del Señor Jesucristo. Es cierto que los suyos recuerdan al Señor en su muerte, pero la realidad es que Jesús resucitado es quien está glorificado en el cielo. Aquel que estuvo en la cruz y en la tumba es el mismo que ahora está en la gloria. Gracias a Dios, hoy hay un Cristo vivo y glorificado en el cielo. Estuvo muerto, pero ahora vive y está sentado en el trono del Padre. Que el Señor nos conceda, en su gracia, discernir la inmensa importancia de esta verdad, y que impida que nuestras almas se olviden de ella.
W. T. Turpin