El Señor Está Cerca

Día del Señor
7
Enero

Maldito todo el que es colgado en un madero.

(Gálatas 3:13)

Cuando llegó la noche… José de Arimatea, miembro noble del concilio, que también esperaba el reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús.

(Marcos 15:42-43)

José de Arimatea (1)

Ese mismo día, temprano por la mañana, la multitud había exigido que Jesús fuera crucificado -incitada por los principales sacerdotes. Quería que él, el bendito Hijo de Dios, fuera sometido a aquella muerte cruel y vergonzosa que lo pondría bajo la maldición de Dios. Mientras que Pilato, a pesar de estar convencido de la inocencia de Jesús, ordenó que fuera ejecutado de esa manera.

Después de la muerte de Jesús en la cruz, cuando todos lo habían abandonado, un hombre llamado José de Arimatea fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. La Palabra de Dios nos dice que José de Arimatea era un hombre rico, bueno y justo (véase Lc. 23:50; Mt. 27:27), y que también se había convertido en discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos. Él no había aceptado el veredicto del concilio judío, del cual formaba parte. Ahora este hombre rico y prominente reúne todo su valor para ir audazmente a Pilato y pedir el cuerpo de Aquel cuya muerte habían exigido los miembros del concilio, y que había sido condenado a la vergonzosa muerte por crucifixión.

Hoy en día, aquellos que poseen riquezas también pueden acceder fácilmente a hablar con algún funcionario político. Pero resulta inaudito que alguien de esta condición se posicione abiertamente del lado de uno que acaba de ser ejecutado como un criminal de la peor calaña. Además, según la ley mosaica, tocar un cuerpo muerto dejaba a alguien impuro. ¿Podemos imaginarnos a alguien haciéndose impuro justo antes de una fiesta muy importante, para la que Dios exigía que los participantes estuvieran limpios? Todo esto es exactamente lo que hizo José. Y Pilato, después de comprobar que Jesús había muerto realmente, le dio permiso para bajar el cuerpo de la cruz.

Dios no permitió que nadie, excepto a los que amaban a su Hijo, tocara su santo cuerpo después de haber consumado la obra que le fue encomendada.

Eugene P. Vedder, Jr.

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