El Señor Está Cerca

Sábado
23
Diciembre

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

(Romanos 5:1)

Mirar a Cristo y no a nuestro corazón

Muchos tropiezan a causa de sus sentimientos. Pero nuestras experiencias no afectan los hechos de Dios. Independientemente de que el creyente esté en un estado de paz en su alma, o atormentado y perturbado, el hecho de que la paz ha sido hecha permanece inmutable. El sol sale, y aunque las nubes ocultan sus rayos, y una atmósfera fría toma el lugar que le corresponde a su bello resplandor, el hecho de que el sol brilla permanece inmutable. Lo que el creyente tiene que hacer es, por fe, olvidarse del valle de la desconfianza sobre el que se despliegan las nubes, y escalar a las montañas cuyas cúspides se elevan por encima de las nubes.

Hace poco, un amigo nuestro estaba hablando con alguien que dudaba del favor inmutable de Dios hacia su pueblo, y que no poseía la bendición de una paz establecida con Dios. «¿Dios no está satisfecho con lo que Jesús fue y es para ti?» preguntó él. «¿Puede esconderte su rostro? No; eres tú el que, al mirar dentro de ti mismo, y bajando la persiana, dejas a Dios afuera. Debes mantener la persiana arriba cuando el sol derrama el calor de sus rayos, entonces te mostrará todo su poder; pero si la bajas, entonces no permites que sus rayos entren en tu habitación. Y si te ocupas de ti mismo, y estás absorto en tus propios sentimientos y pensamientos, en lugar de ocuparte de Cristo, entonces estás en la oscuridad, pues de ese modo dejas fuera la luz de su presencia».

Nuestros corazones son verdaderamente engañosos, y nuestros pensamientos y sentimientos a menudo son muy perversos, pero, a los creyentes, Dios no nos ve en la carne, sino en Cristo. Es esta verdad la que da paz a nuestras almas. Que este pensamiento de la perfecta satisfacción que Dios tiene en Cristo, y de la paz que Cristo en la gloria esparce sobre nosotros, sea la luz que deseemos ver iluminar nuestras almas. Mantengamos la persiana abierta; no miremos hacia dentro, al oscuro aposento del corazón, sino hacia fuera, hacia Cristo.

H. F. Witherby

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