Entonces Faraón hizo llamar a Moisés, y dijo: Id, servid a Jehová; solamente queden vuestras ovejas y vuestras vacas; vayan también vuestros niños con vosotros.
(3) Faraón entonces se aferró a una última esperanza. «Dejen aquí sus posesiones», les dijo. Muchos cristianos hoy en día han permitido que sus posesiones los aten al mundo, ¡sus intereses permanecen atados a las cosas de la tierra y del mundo! Son salvos, pero piensan que sus asuntos, sus ocupaciones, no le pertenecen a Dios, sino que son solo para la tierra: ¿Qué tienen que ver con la salvación del alma? Pero Dios dice: ¡No! Saca todo de Egipto: tú, tu familia, tus posesiones, todo debe ser mío. Y, de hecho, si queremos conservarlas, entonces todo debe ser suyo, pues no podemos conservarlas para nosotros mismos.
Hasta que no se libre completamente de estos tres puntos, no podrá ser feliz con Dios, ni siquiera podrá sentirse seguro. Obviamente, no estoy hablando de ir al cielo: si usted es salvo, entonces puede estar seguro de ello. Pero cualquier posesión suya que no pertenezca a Cristo, y que por lo tanto esté todavía en el mundo, le hará volver al mundo. ¿Puede hacer su vida y cerrarle la puerta a Dios sin que él lo perciba, y usted tampoco? ¿ Puede decirle: «Señor, el domingo es tuyo y el lunes es mío», o bien: Señor, aquí está tu diezmo, y este 90% que queda es mío –y quedar completamente satisfecho con esto, pensando que todo está en orden con él? Moisés respondió a Faraón: “Nuestros ganados irán también con nosotros; no quedará ni una pezuña” (Éx. 10:26). ¡Oremos para que el Señor nos dé la misma determinación!
F. W. Grant
Que mi vida entera esté consagrada a Ti, Señor;
que a mis manos pueda guiar el impulso de tu amor.
Toma ¡oh Dios! mi voluntad y hazla tuya, nada más;
toma, sí, mi corazón por tu trono lo tendrás.
F. R. Havergal