Para su sustento, se le dio de continuo una ración de parte del rey, una porción para cada día, todos los días de su vida.
(2 Reyes 25:30 NBLA)
A Joaquín no se le dio una provisión de alimentos para que la hiciera durar durante meses, sino que su sustento quedó garantizado con una ración diaria. Este hecho ilustra la vida de los hijos de Dios. Una ración diaria es todo lo que necesitamos. No necesitamos el sustento para el día de mañana, pues ese día aún no ha llegado, y sus necesidades aún no han surgido. La sed que podemos sufrir en los meses venideros no necesita ser saciada ahora, pues aún no la sentimos. Si tenemos lo suficiente para cada día, entonces no nos faltará nada. Lo que es suficiente para el día es todo lo que podemos disfrutar. No podemos comer, beber o vestirnos más allá de las necesidades diarias de comida y ropa. Cualquier excedente nos obligaría a almacenarlo para resguardarlo de un imprevisto. Un bastón ayuda a un viajero, pero muchos se transforman en una pesada carga. Tener lo suficiente no es tener todo en abundancia como en un banquete, sino que es tener todo lo que uno realmente puede apreciar.
Esto es todo lo que debemos esperar. Debemos estar satisfechos con la ración diaria que nuestro Padre nos da. La experiencia de Joaquín es también la nuestra: tenemos una porción segura que nos ha sido dada por el rey (el Señor Jesús), una ración generosa y eterna. Ciertamente este es el motivo de nuestra gratitud.
En lo que respecta a la gracia, necesitamos diariamente una ración de ella. No tenemos un almacén de fuerzas. Día a día debemos buscar la ayuda de lo alto. Que tengamos la provisión exacta para cada día es una preciosa seguridad y un motivo constante de agradecimiento. Recibiremos fuerzas renovadas de la Palabra y la por su enseñanza, por la meditación, por la oración y esperando en Dios. Todas las cosas necesarias están a nuestra disposición en Cristo Jesús; gustemos cada día de lo que se nos ha dado. No tenemos porqué pasar hambre, cuando el pan diario de la gracia está en la mesa de la misericordia.
C. H. Spurgeon