Para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones.
Pedro escribió: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5:8). Nos debe bastar con se nos diga expresamente que el objetivo de Satanás es devorarnos. El Adversario no solo quiere estropear nuestro gozo y paralizar nuestro servicio, sino también –si le es posible– destruirnos por completo. Aunque Satanás intente arrebatarnos de la mano del buen Pastor, e incluso de la mano del Padre, Jesús dijo claramente que nadie podrá hacerlo (Jn. 10:28-29). ¡El enemigo de Dios es incapaz de anular los propósitos del amor eterno! Satanás siempre ha cometido errores que han resultado en su propia confusión –y siempre será así. No puede leer el corazón de los hombres. “Solo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres”, le dijo Salomón a Dios (1 R. 8:39). Satanás no tiene discernimiento espiritual y no puede comprender los propósitos de Dios ni los ejercicios espirituales de sus hijos; pero sí puede formarse una opinión a partir de las acciones de los hombres, y por ello los observa atentamente. Si encuentra a un creyente que se ha mantenido alejado de los placeres carnales, él tratará de atraparlo con lo que conduce a la satisfacción propia, en un aspecto religioso, o a la exaltación propia, en lo que respecta a la admiración a los ojos de sus semejantes.
Por lo tanto, es sabio recordar que nada puede obstaculizar el propósito del Tentador: ni los dones, ni el éxito en el servicio, ni el conocimiento bíblico, ni la experiencia que da la edad, ni todas estas cosas juntas. En cada una de estas cosas nuestra voluntad propia puede entrometerse; y cuando lo hace, el Enemigo encuentra una puerta de entrada efectiva. Y si nuestra voluntad le abre, la confianza en nosotros mismos la mantiene abierta. Por otro lado, podemos, con una confianza inquebrantable, estar seguros de que, si mostramos una obediencia voluntaria de corazón y una dependencia consciente, el Enemigo no podrá hacer nada. La obediencia cierra de forma efectiva la puerta a Satanás, y la dependencia la mantiene cerrada.
G. Cutting