Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra.
Después comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viña.
La liberación de Noé a través del diluvio vindicó su fe en Dios e ilustró la bendición que proviene de la obediencia. El diluvio es, hasta hoy, el acto más poderoso de Dios en lo que respecta a un juicio mundial; solo será superado por el juicio final de fuego al final de los tiempos. Sin embargo, el arca protegió totalmente a la familia de Noé, al igual que el Señor Jesús salva plenamente a los creyentes de la ira de Dios contra sus pecados. Noé ofreció holocaustos al Señor, elevando así a Dios un grato olor de gratitud, al igual que nosotros exaltamos a Cristo por su perfecta redención. Esta es la primera vez que la Biblia menciona un altar de forma específica – una respuesta sagrada a la justicia de Dios, así como a su gracia. Dios bendijo a Noé y a su familia, y les dio el arcoíris como señal de sus promesas.
Sin embargo, el justo Noé, que caminó con Dios cuando estaba rodeado de maldad, tuvo que experimentar los fracasos de su propia carne. Cuando la violencia y la corrupción le sobrevinieron, Noé se mantuvo firme en su fe; pero cuando el mundo fue reconstruido, por así decirlo, probó la amargura de lo que queda en su propio corazón. Sin duda alguna, la agricultura y los viñedos son cosas honorables en sí mismos, pero Noé fue vencido por su propio vino y terminó ebrio y desnudo en su tienda.
Esto es una lección para nosotros. Las grandes victorias de la fe no nos hacen infalibles. Nuestra carne siempre permanecerá siendo un enemigo y nos llevará inevitablemente a la vergüenza. Las Escrituras son honestas en cuanto a estas batallas, sin embargo, no vuelven a mencionar este episodio de la vida de Noé. Así que podemos estar seguros de que Noé reconoció y confesó su pecado, y que se arrepintió de él. “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Pr. 24:16).
Stephen Campbell