En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación… Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Pablo sabía que vivía sus últimos días, pues Nerón había ordenado su martirio, sin embargo, no entró en un estado de desesperación. En lugar de eso, animó y enseñó a otros; siguió leyendo y escribiendo (v. 13). Sus últimas palabras fueron recogidas en una carta a su amado Timoteo, su “verdadero hijo en la fe” (1 Ti. 1:2). La Segunda Epístola a Timoteo es una carta mucho más personal que el resto. Aunque la carta incluye el rechazo a ciertas apostasías, instrucciones a los ancianos, lecciones para los jóvenes creyentes, doxologías y bendiciones, su objetivo principal es el alentar a su hijo en la fe (y por consiguiente a todos los creyentes), a pesar de la oscura situación en la que él mismo se encontraba. Este estímulo lo extrajo de los muchos recursos divinos que están siempre a disposición de la fe. En cierto modo, el apóstol dijo: «Confío en que sigas adelante, Timoteo. Sé fiel, sé fuerte, ten cuidado y presta atención». También le pidió a que lo visite durante este segundo encarcelamiento (4:9), pero no tenemos la seguridad de que haya llegado antes de la ejecución de Pablo.
¿Qué hay de nosotros? ¿Cuáles serían las últimas palabras que les escribiríamos a nuestros seres queridos y amigos? Las palabras de Pablo proceden de una vida de fe y de profundo compromiso con su Señor. ¿Qué podríamos decir nosotros para animar a alguien? Por último, ¿habríamos estado dispuestos a visitar a Pablo, como lo hizo Onesíforo? ¿O a quedarnos con él, como Lucas? ¿O ir a visitarlo, como se le pidió a Timoteo? Los retos que se le plantean a Timoteo son retos para nosotros hoy. Ningún otro colaborador de Pablo es elogiado tan cordialmente por su lealtad. ¿Estamos dispuestos a ser instrumentos que el Señor pueda utilizar a su disposición?
Alfred E. Bouter