[Dios] No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel.
Israel había actuado errónea e incrédulamente durante su viaje por el desierto, lo que llevó a Moisés a exclamar: “Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día que yo os conozco” (Dt. 9:24). La evaluación que este hombre de Dios hizo de ellos, después de 40 años de experiencia, fue que eran un pueblo obstinado y rebelde; pero el veredicto que Dios expresa en el versículo de hoy, en el cual los justifica, es totalmente opuesto a la evaluación que Moisés realizó acerca de la condición moral del pueblo.
Al aplicar esto a nosotros mismos, es muy importante hacer una clara distinción entre estas dos cosas: en primer lugar, el juicio del Espíritu de Dios en nosotros que pone al descubierto la condición moral en la que nos encontramos en la práctica a causa del mal que hay en nuestra carne y, en segundo lugar, el testimonio del Espíritu en relación al veredicto de Dios sobre nosotros tal y como nos ve en Cristo. A menudo pensamos que el trabajo hecho en el alma por el Espíritu de Dios es un juicio justo sobre ella, olvidando que la base sobre la que estamos ante Dios (el lugar sobre el que reposa la fe) es la obra que el Señor Jesús hizo a nuestro favor.
El Espíritu de Dios juzga el pecado en mí según su carácter, a la luz de la santidad de Dios; pero me dice que no soy juzgado por ello, porque Cristo sufrió el castigo por mí. No se trata de examinar el bien o el mal que encontramos en nosotros mismos; se trata completamente del valor de la obra de Cristo. O estamos bajo la plena condena de Dios; o, habiendo creído, somos hechos “aceptos en el Amado” (Ef. 1:6). Al final de un largo rumbo de fracasos por parte de los hijos de Israel, cuando su maldad quedó plenamente expuesta, Dios “no vio iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel”. No puede haber paz si el alma del creyente confunde el veredicto del Espíritu en su interior, respecto a su estado moral, con el juicio de Dios a través de la obra de Cristo a su favor.
J. N. Darby