Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.
Es interesante comparar el desafío de Goliat con la interpretación que David le dio a ese desafío. Goliat dijo: “Hoy yo he desafiado al campamento de Israel” (v. 10). David respondió: “Yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado”. David tenía claro que el pueblo de Israel era el pueblo de Dios; por lo tanto, los que provocaban a los ejércitos del Dios vivo estaban provocando a Dios mismo. Esta perspectiva hizo que David tuviera mucha valentía, aún cuando todas las probabilidades estaban en su contra. Sin embargo, esta era la batalla de Dios, y la victoria era segura, ya que Dios era más grande que Goliat.
David caminaba con Dios, y esto le hizo ver Su mano en las circunstancias de su vida. Aunque acudió a sus hermanos en el campo de batalla por obediencia a su padre, allí se dio cuenta que tenía una misión más importante que cumplir. Así lo indica la conversación que mantuvo con sus hermanos. Ellos calificaron la indignación de David contra Goliat como orgullosa e insolente; lo acusaron de eludir sus responsabilidades domésticas para venir a ver una batalla. Sin embargo, para David valía la pena luchar por esta causa, pues se trataba del honor de Dios.
Es fácil decir palabras valientes cuando se está lejos del enemigo. Pero cuando David se enfrentó a Goliat, sus palabras fueron idénticas a las que pronunció entre los soldados de Israel. Su fe en Dios y su deseo de honrarlo le dieron la victoria. Luchó contra el gigante para que toda la tierra supiera que Jehová es el Dios de Israel, y para que toda esta multitud se diera cuenta que “Jehová no salva con espada y con lanza” (v. 47).
¿Por cuál causa batalla usted actualmente?
Grant W. Steidl