Hay once días de camino desde Horeb hasta Cades-barnea por el camino del monte Seir.
¡11 días! ¡Y, sin embargo, emplearon 40 años en recorrerlo! ¿Cómo fue eso? No es necesario ir muy lejos para dar con la respuesta. A nosotros nos sucede lo mismo. ¡Cuán lentamente avanzamos! ¡Qué de vueltas y revueltas! ¡Cuántas veces tenemos que volver atrás y recorrer el mismo camino una y otra vez! Somos viajeros lentos porque somos lentos en aprender. Quizá nos sorprendamos de que Israel haya empleado 40 años en un viaje de 11 jornadas; pero con mayor razón deberíamos asombrarnos de nosotros mismos. Al igual que ellos, nos hemos demorado por nuestra incredulidad y pereza de corazón; pero tenemos mucho menos disculpa que ellos, pues nuestros privilegios son muchísimo más elevados que los suyos.
Muchos de nosotros tenemos razón de avergonzarnos por el tiempo empleado en las lecciones que recibimos. Las siguientes palabras ciertamente pueden sernos aplicables: “Debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido” (He. 5:12). Nuestro Dios es un maestro tan sabio como fiel, y también tan benévolo como paciente. No quiere que aprendamos superficialmente nuestras lecciones.
A veces creemos que dominamos una lección y procuramos pasar a otra, pero nuestro sabio maestro conoce lo que es mejor y ve la necesidad de un estudio más profundo. No quiere que nos atengamos a la teoría o a la superficialidad. Si es necesario, nos tendrá año tras año con los rudimentos antes de que podamos ir más lejos. Si bien eso es humillante para nosotros y prueba nuestra lentitud para aprender, qué gracia nos confiere el Señor al afanarse tanto con nosotros para instruirnos debidamente. Hemos de bendecirle por su manera de enseñar como por todo lo demás; por la admirable paciencia con que se sienta entre nosotros enseñándonos la misma lección una y otra vez, a fin de que la aprendamos a fondo
C. H. Mackintosh