Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.
El tema de la educación cristiana puede resumirse en estas dos breves frases: «Cuenta con Dios para educar a tus hijos, y educa a tus hijos para Dios». Aceptar la primera sin la segunda es la anarquía; aceptar la segunda sin la primera es el legalismo; aceptar ambas al mismo tiempo es cristianismo práctico y sano.
Contar con Dios, con toda la confianza posible, para todo lo que atañe a sus hijos, es el dulce privilegio de todos los padres cristianos. Pero debemos tener presente que en el gobierno de Dios existe un vínculo que une este privilegio con la responsabilidad solemne de la educación. El padre cristiano que habla de contar con Dios para la salvación de sus hijos y para la integridad moral de su futuro en este mundo, y descuida el deber de educarlos, se ha dejado engañar miserablemente. A todos los padres cristianos, pero muy especialmente a aquellos que felizmente acaban de serlo, les advertimos del peligro de endosar a otros el deber que tenemos con nuestros hijos, o de desatenderlos por completo. No nos agradan las molestias que nos causan; deseamos alejarnos de las ansiedades que nos producen; pero encontraremos que las molestias, ansiedades y disgustos causados por el descuido de nuestro deber serán 1.000 veces peores de lo que soportamos en el cumplimiento de este. Para todos los que aman al Señor hay una profunda satisfacción en seguir la senda del deber. Cada paso dado en ese camino va acompañado de los recursos infinitos que tenemos en Dios cuando guardamos sus mandamientos.
Debemos recurrir día tras día, hora tras hora, al tesoro inagotable de nuestro Padre y tomar de allí lo que necesitemos en cuanto a gracia, sabiduría y poder moral para desempeñar rectamente las santas funciones de nuestra responsabilidad como padres cristianos.
C. H. Mackintosh