El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
Nadie puede ver ni entrar en el reino de Dios si no ha nacido de nuevo. Hay que tener una naturaleza adecuada a ese reino. Si alguien no posee esta naturaleza a través del nuevo nacimiento, entonces no comprenderá las cosas de Dios. Por lo tanto, si se le habla de cosas celestiales a un hombre inconverso y espiritualmente no despierto, el tema le resulta de lo más irritante. Háblele de religión, de predicadores, de sermones, de reglas, de sistemas eclesiásticos o de filantropía en general, y lo más probable es que sea un oyente interesado. Pero, háblele de cosas celestiales, toque su alma, preséntele las exigencias de Dios, insístale en la culpabilidad del hombre y la necesidad de este nuevo nacimiento, e inmediatamente le parecerá un tema de lo más irritante. No tendrá ojos para ver ni oídos para oír.
Fíjese en cómo aborda el Señor este tema: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Luego explica el motivo: “Lo que es nacido de la carne, carne es” –una verdad muy solemne con respecto a lo que el ser humano es como hombre. Todo fluye moralmente de su fuente. La carne es carne. Haga con ella lo que quiera, pero seguirá siendo carne, y nada más que carne. Edúquela al máximo nivel y seguirá siendo carne, no espíritu. Eleve la carne hasta el punto más alto que pueda hacerla alcanzar, ¿qué obtendrá? Carne. Saulo de Tarso había alcanzado el nivel más alto de excelencia humana en la religión, ¿y qué hizo? Persiguió y mató a los hijos de Dios. “Lo que es nacido de la carne, carne es”. Usted puede cultivar la carne tanto como quiera, pero nunca producirá lo que es “espíritu”. “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Todo fluye de su fuente; su naturaleza es igual a su fuente.
W. T. P. Wolston