Haced esto… en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.
“Haced esto en memoria de mí”. Esta petición sincera, repetida dos veces por el Señor, es un llamamiento directo al corazón de cada creyente. Nuestra respuesta dependerá del valor que demos a Aquel que se entregó por nosotros. Solo el sacrificio supremo de Cristo pudo hacernos justos y aceptos ante Dios, porque él llevó la carga de nuestro pecado en su cuerpo sobre el madero, y derramó su preciosa sangre para limpiarnos de nuestros pecados.
Al volver a la petición del Señor de que hagamos memoria de él, encontramos un significado mucho más rico y profundo que el de estar ocupados con nuestros muchos pecados. Esos pecados ya no existen, pues se han alejado tanto como el oriente del occidente (Sal. 103:12), y Dios ha dicho: “Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (He. 10:17). Si Dios no se acuerda de ellos, ¿hay alguna razón para que lo hagamos nosotros? ¡No, absolutamente no! Ahora debemos recordar a Aquel que se los quitó, ¡pero a qué precio!
La expresión “en memoria de mí” tiene el significado de traer a la memoria. Es el Señor Jesús quien nos habla desde el cielo. Vino de Dios y volvió a Dios a través de la cruz. Se hizo pobre para que con su pobreza fuéramos enriquecidos. Cristo soportó la cruz, menospreció el oprobio, y fue rechazado por los hombres, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y lo exaltó al lugar de honor más elevado en su trono.
La complacencia del Padre descansa en su Hijo y en todos aquellos que ponen su confianza en él durante su ausencia. Con nuestra respuesta a la petición que hizo antes de ir a la cruz (recordarlo comiendo el pan y bebiendo de la copa), anunciamos a este mundo, el cual rechazó y continúa rechazando a Cristo, que nuestra alegría y placer se hallan en el Señor Jesús.
Jacob Redekop