Hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús.
El llamamiento celestial dirige nuestros ojos a Cristo en el cielo, atrayendo nuestros corazones a él. El término participantes implica que tenemos parte con él, algo en común, aunque la Palabra también indica que hay una diferencia con él: pues él siempre es único. El llamamiento celestial no se enfoca en lo que éramos, ni dirige la atención a nuestros propios esfuerzos –o a la falta de ellos–, para que sigamos y sirvamos a Cristo. No, este llamamiento implica que todo debe ser dejado de lado para que estemos plenamente preparados para conocer y servir a Aquel que nos llamó.
Cristo tiene un ministerio en el cielo: está sirviendo a Dios y a nosotros. Ya que somos participantes de este llamamiento, él comparte con nosotros lo que es precioso para él. Y los creyentes –hermanos santos y llamados– lo compartimos entre nosotros. Este llamamiento es celestial porque Aquel que nos ha llamado está “a la diestra de la Majestad en las alturas” (He. 1:3). Su llamamiento dirige nuestra mirada únicamente hacia el gran Apóstol, nuestros corazones están comprometidos porque lo amamos. Lo consideramos, lo valoramos, lo contemplamos y meditamos en su bendita Persona. Y al estudiarlo, nuestras mentes quedan absortas de su Persona.
El Señor Jesús es el apóstol y sumo sacerdote a la diestra de Dios; dos oficios en una Persona. Moisés fue el líder que Dios dio para mostrar su voluntad al pueblo terrenal de Dios; el apóstol, por así decirlo, del antiguo pacto, cuyo objetivo era representar a Dios ante el pueblo. Su hermano Aarón fue el sumo sacerdote dado por Dios para representar a Israel ante Dios: ofrecía los sacrificios a Dios en nombre del pueblo. Nuestro Señor Jesucristo une estas dos funciones en una Persona. (1) Mirémoslo, considerémoslo, y veamos cómo nos presenta a Dios. (2) Confesamos a Cristo Jesús en un mundo que lo rechazó y lo crucificó —mientras que él nos representa delante de Dios.
Alfred E. Bouter