El Señor Está Cerca

Martes
25
Abril

Entre las familias de Rubén hubo grandes resoluciones del corazón. ¿Por qué te quedaste entre los rediles, para oír los balidos de los rebaños?

(Jueces 5:15-16)

¿Estamos ayudando?

Los hijos de Rubén pensaron que era mejor vigilar sus rebaños que arriesgarse a perderlos por estar ocupados en los asuntos del Señor.

¿Y qué hay de nosotros? ¿Buscamos ganar dinero, o más bien el bien de las almas? ¿Es Cristo, el pueblo de Cristo y el servicio de Cristo lo que nos interesa? Y para ampliar el espectro, ¿salimos a ganar almas para Cristo? Si nos decidimos a complacerlo y servirlo, nuestra alma se alegrará el doble. Pero si nos gusta escuchar los “balidos de los rebaños”, dejándonos llevar por nuestros intereses personales, nuestros negocios, nuestras familias o nuestro éxito en el mundo, entonces estamos arruinando nuestro gozo. La tribu de Rubén tuvo la oportunidad de consagrarse, pero la desaprovechó.

Pero quizás dices: «¿Necesita el Señor de mi ayuda?» ¡Ah, que Dios nos preserve de la maldición que cayó sobre Meroz! “No vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes” (Jue. 5:23). Sus corazones no eran libres y totalmente consagrados a Dios. ¿Lo son los nuestros? En su infinita gracia, Cristo nos concede el privilegio de ser sus colaboradores. Es un inmenso privilegio estar entre sus colaboradores, aunque lo que podamos hacer sea poco. Fue un día maravilloso para Lázaro cuando resucitó de entre los muertos. Pero ¿cómo sucedió ese milagro? Seguramente responderás: «El Señor lo resucitó», sí, es cierto, pero ¿acaso no dijo: “Quitad la piedra” (Jn. 11:39)? Probablemente varios hombres participaron en esta tarea. ¿Qué hicieron? Ayudaron a quitar la piedra. Si no puedes hacer mucho más, puedes ser como cierto niño a quien el Señor había salvado. En su pueblo había un hombre muy importante, aunque muy incrédulo a la vez. Este niño lo convenció para que lo acompañara a una reunión de evangelización. Cuando llegaron a la puerta del salón de reuniones, el niño lo empujó y le dijo: «¡Aquí está, Jesús, sálvalo!» ¡Y el Señor salvó a ese hombre! El pequeño niño vino en «socorro del Señor contra los fuertes».

W. T. P. Wolston

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