El Señor Está Cerca

Día del Señor
12
Marzo

Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto...

(Isaías 53:2-3)

Jesucristo, el despreciado Varón de dolores

El carácter humilde y manso del Señor Jesús, que crecía como un renuevo, sin exhibirse sí mismo, era tan contrario a lo que Israel esperaba ver en su glorioso Mesías, que sus mentes estaban cegadas para ver lo maravilloso de su Persona. En efecto, Jesús era “como raíz de tierra seca”, pues Israel estaba tan desolado como el desierto. Sin embargo, de esta nación reseca salió Aquel cuyo carácter sobresalió en contraste con ella. Israel sabía cómo exhibir su encanto, y si él hubiese hecho lo mismo, entonces podrían haberlo favorecido. Pero, en su genuina humildad, en su inquebrantable devoción a Dios, en su fidelidad y gracia, ellos no vieron ninguna hermosura en él.

Cristo fue despreciado y rechazado por los hombres, un Varón de dolores, pero un Hombre con perfecta gracia y bondad, abundante en amabilidad para con todos. Cuando fue oprimido y afligido, como un cordero no abrió su boca. En estas cosas, en las que Israel no pudo ver hermosura, el creyente ve la belleza moral más exquisita. Cuando lo vemos soportar tantas humillaciones, reproches y burlas, con total humildad, confianza y dependencia en su Dios y Padre, ¡nuestros corazones se sienten atraídos a él para adorarlo!

“Fue desfigurada su apariencia más que la de cualquier hombre” (Is. 52:14 NBLA). Su espalda fue arada por látigos con puntas afiladas. Golpeado y ensangrentado, fue cruelmente condenado a ser crucificado. Por supuesto, el mundo no podía ver belleza en esto. Pero los que hemos sido salvados podemos verlo colgado allí, y vemos la gloria moral que trasciende cualquier otra hermosura en todo el mundo. Sin embargo, él ya no está en aquella cruz. Ahora miramos a lo alto y lo vemos sentado en la gloria de Dios, radiante de una hermosura y majestad sin igual.

L. M. Grant

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