El evangelio… es poder de Dios para salvación.
«Salvación» es una palabra con un significado muy extenso. Se menciona tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, casi siempre se trata de una salvación relacionada con enemigos. En el Nuevo Testamento, desde el primer capítulo de Mateo se habla de Jesús como aquel que «salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1:21). Esto sitúa la cuestión a un nivel mucho más elevado.
Pero sea en el Antiguo o en el Nuevo Testamento, el hecho de que la salvación sea ofrecida, infiere que aquellos a quienes es ofrecida están en peligro de perecer. Y como el pecado es la raíz de todos los peligros que nos amenazan, el Nuevo Testamento, deliberadamente, comienza por la salvación de los pecados. Esta salvación no es solo del castigo de los pecados, sino del poder del pecado, e incluso del amor a ellos.
Cuando Israel pecaba, Dios lo entregaba en manos de sus enemigos; cuando Israel se arrepentía, lo salvaba dándole la victoria. El Nuevo Testamento nos muestra las consecuencias eternas del pecado, es decir, el juicio que Dios pronuncia sobre cada hombre pecador y el castigo que debe infligirle la ira del cielo. Nosotros somos salvos de esta ira. En este aspecto, la salvación puede ser vista como una cosa pasada y cumplida, y con agradecimiento podemos afirmar que somos salvos. El Señor Jesús es nuestro Salvador de la ira venidera, y nunca estaremos más a salvo de lo que estamos ahora.
Ya que aún estamos en este mundo, también necesitamos la salvación diaria. El Señor Jesús está vivo en el cielo para comunicárnosla como Sumo Sacerdote. Él «puede… salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder…» (He. 7:25). Esta salvación presente, que necesitamos y obtenemos como creyentes, está fundada en la muerte de Cristo, y la obtenemos gracias a su servicio sacerdotal en el cielo, donde está vivo y activo a nuestro favor.
Las Escrituras también hablan de la salvación como algo futuro. Nuestra esperanza de salvación final se realizará al producirse la segunda venida de Cristo. Él «aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan» (He. 9:28).
F. B. Hole