¿Qué es tu amado más que otro amado, oh la más hermosa de todas las mujeres?
La pregunta que leemos en el versículo citado se le formula a la esposa –imagen de los creyentes que forman parte de la Iglesia, la Esposa de Cristo–, y ella responde inmediatamente trazando un retrato fiel de su amado. En dicho retrato se encuentra toda la nitidez que se puede esperar de un boceto, y toda la delicadeza de los detalles que solo puede provenir de una ferviente pasión compartida. La esposa, con la fuerza de su afecto, responde a esta pregunta describiendo a su amado de pies a cabeza (v. 10-16).
¡Oh, si estuviéramos preparados, siempre listos, instantáneamente, para hablar de Jesús! No deberíamos necesitar tiempo para prepararnos. Cuando nuestros corazones rebosan de amor, nos regocijamos en la oportunidad que se nos ofrece para presentar su Persona, y entonces nos resulta imposible dejar de ser elocuentes: todo lo que deseamos son oídos que escuchen y corazones que crean.
El amor es lo mejor que se puede ver en aquel que recibió el don el evangelista; amor por Jesús y amor por el pecador. Cuando este amor se eleva hasta llegar a ser una pasión, hablaremos con ardiente y verdadera elocuencia. Nunca nos conformemos con algo menos que esto. Manifestar nuestro amor por el Salvador y el amor por las almas es algo bueno, pero el evangelista necesita aún más que eso. Tal amor debe elevarse en una llama ardiente. ¡La obra lo requiere!
¿Eres un evangelista? ¡Que todo lo que en ti represente un obstáculo para realizar su obra sea consumido en el altar de una consagración total! ¡Predicar el evangelio no es enseñar, y enseñar no es predicar! ¡Haz un llamado ferviente a las almas, lucha con ellas, apodérate de ellas, sufre por ellas! ¡Oh, hazlo con seriedad, pues el cielo y el infierno son reales! ¡Es una cuestión de vida o muerte, de felicidad eterna o de condenación indescriptible y eterna! ¡Clama al Dios de toda gracia para que ningún alma se retire del lugar donde esté sin que se sienta seriamente impresionada, sin haber sido bendecida, sin tener la seguridad de ser salva!
A. Miller