El Señor Está Cerca

Día del Señor
4
Diciembre

El sacerdote hará arder todo sobre el altar; holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para Jehová.

(Levítico 1:9)

Algunos sacrificios en Levítico (1)

En Levítico 1, la víctima inmaculada tipifica a Cristo como el holo­causto. En este sacrificio, todo debía quemarse, no solamente la grosura. Incluso aquellas partes naturalmente impuras –«los intestinos y las piernas» eran lavadas con agua, para que así fueran figuras adecuadas de Aquel que siempre complació al Padre, tanto interiormente (en sus pensamientos, sentimientos, deseos y afectos) como exteriormente (en su andar). Cuando el holocausto era probado por el fuego del cielo, el fuego consumidor de la santidad divina, la víctima se convertía completamente en un «olor grato» a Jehová. Esto nos muestra el valor que Dios le da a la perfecta entrega y al valor infinito de Cristo en su muerte.

Aquí no se trata de Cristo cargando el pecado, sino de otro aspecto de Su muerte para la gloria de Dios. Ya que su muerte fue por todos los que creemos en su Nombre, somos aceptos en toda la perfección de aquel sacrificio: «aceptos en el Amado» (Efe. 1:6). El hombre que traía esta ofrenda ponía su mano sobre la cabeza de la víctima, identificándose así con el holocausto, y se le decía: «será aceptado para expiación» tuya. Esto tipifica la posición que ahora posee el que se acerca a Dios por el sacrificio de Cristo, el cual es aceptado en la posición de Cristo mismo. ¡Preciosa verdad para nuestras almas!

El sacerdote que ofrecía el holocausto se quedaba con la piel del animal (Lev. 7:8); todo lo que ahora poseemos del sacrificio es lo que se manifestó exteriormente. Solo el Padre puede estimar verdaderamente todas las perfecciones interiores de Cristo, así como su devoción y obras para la gloria de Dios. Si bien el conocimiento de la verdad que se nos presenta en el holocausto causa alegría a nuestros corazones y fortalece nuestra comunión con Él, nadie podía participar en el holocausto; todo era para Dios. Esta perspectiva de la perfección de Jesús nos invita a seguirlo en el mismo camino de obediencia incondicional.

H. H. Snell

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