El Señor Está Cerca

Viernes
25
Noviembre

[Micaía] dijo a su madre: Los mil cien siclos de plata que te fueron hurtados, acerca de los cuales maldijiste, y de los cuales me hablaste, he aquí el dinero está en mi poder; yo lo tomé. Entonces la madre dijo: Bendito seas de Jehová, hijo mío… y tomó su madre doscientos siclos de plata y los dio al fundidor, quien hizo de ellos una imagen de talla y una de fundición, la cual fue puesta en la casa de Micaía.

(Jueces 17:2, 4)

Los jueces de Israel (32) Confusión religiosa (A) La idolatría de Micaía

Los últimos cinco capítulos del libro de Jueces nos presentan imágenes sorprendentes de la confusión que reinaba en Israel, la cual se desarrolló prontamente cuando «no había rey en Israel» y «cada uno hacía lo que bien le parecía» (v. 6). Cuando todos están haciendo lo que les parece correcto a sus propios ojos, pronto nadie estará haciendo lo que es correcto a los santos ojos de Dios.

Micaía le había robado a su madre, violando los mandamientos de Dios de honrar a los padres y de no hurtar. Cuando descubrió que le habían hurtado el dinero, ella maldijo; pero bendijo cuando lo recuperó. En Santiago 3:9-11 nos dice que no es correcto que de la misma boca provenga maldición y bendición. Por otro lado, ella había dedicado el dinero al Señor para hacer ídolos, algo que el Señor había prohibido estrictamente en los Diez Mandamientos. ¡Y finalmente utilizó los doscientos siclos de plata para este fin!

Micaía, su hijo, tuvo un santuario en su casa, junto con una casa de dioses y un efod sacerdotal. De hecho, consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote. Evidentemente, todo esto en total violación de lo que Dios había ordenado en la Ley. Poco tiempo después, Micaía contrató y consagró a un joven levita desempleado para que fuera su sacerdote, ofreciéndole un salario anual, vestimenta, alimento y alojamiento. Y bien satisfecho con todo lo que había hecho, dijo: «Ahora sé que Jehová me prosperará, porque tengo un levita por sacerdote» (v. 13). ¡Qué confusión tan trágica! ¿Bendecirá Dios tal desobediencia a su Palabra?

Eugene P. Vedder, Jr.

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