El Señor Está Cerca

Martes
8
Noviembre

Compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.

(Romanos 12:13)

La hospitalidad

La práctica de la hospitalidad es una hermosa virtud cristiana. Es un adorno adecuado a la doctrina de Dios nuestro Salvador. La misma esencia de toda la doctrina de Dios es su gracia magnánima y abundante, la cual se derrama en bendición para el hombre pecador. La hospitalidad del cristiano es una pequeña manifestación de esta misma gracia que fluye a través del canal de un corazón redimido. Las epístolas del Nuevo Testamento exponen esta gracia maravillosa de Dios e insisten en que la práctica de la hospitalidad es de vital importancia en el cristianismo práctico. Entre los primeros cristianos, la hospitalidad era una característica tan evidente en sus vidas que incluso los paganos que los rodeaban la admiraban.

Consideremos también las acciones amables y hospitalarias de la grandiosa mujer de Sunem en 2 Reyes 4. Cuando Eliseo pasó por allí, ella lo invitó insistentemente a que entrara y comiera. Al ser bienvenido con tanta cordialidad, siempre se detenía ahí cuando pasaba por ese camino. Ella entonces habló con su marido acerca de hacer un pequeño aposento para hospedar al profeta, y cada vez que pudo pasar por ahí, Eliseo disfrutó de este amor tan especial y hospitalario. Esta habitación de invitados era muy sencilla. Había una cama en la que dormir, una mesa en la que leer y escribir, una silla en la que sentarse y un candelero para iluminar. Que Dios nos ayude a caminar en la sencillez de esta grandiosa mujer de Sunem. Lo que importa es la bondad y el amor del corazón, y no la abundancia y la pomposidad de las provisiones que uno puede o no puede ser capaz de ofrecer.

En medio de las condiciones de vida tan complicadas y estresantes de esta era actual, el ejercicio de la hospitalidad puede ser muy difícil de realizar, y podemos excusarnos plausiblemente de carecer de él. Sin embargo, ¿son las exhortaciones de la Escritura de menor aplicación a nosotros? Hay una cierta promesa de recompensa por la hospitalidad rendida al Señor, incluso cuando esta se traduce en el sencillo ofrecimiento de un vaso de agua fría.

R. K. Campbell

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