Todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual.
Una cosa es saber que tenemos vida en el Señor Jesús, junto con un completo perdón y aceptación delante del Padre, y otra muy diferente tener habitualmente comunión con Él, como el único alimento de nuestras almas. Muchos profesan haber hallado el perdón y la paz en Cristo; en realidad, se nutren con una variedad de cosas que no tienen ninguna relación con Él. En la vida natural, cuanta más actividad física realizamos, más apetito tenemos; y en la gracia, cuanto más llamamos a actuar a la nueva vida, más sentimos la necesidad de nutrirnos cada día del Señor Jesús en la gloria.
Si un israelita hubiese descuidado recoger, temprano por la mañana, la porción de pan que la gracia de Dios había preparado para él, pronto habría carecido de las fuerzas necesarias para continuar su viaje. Asimismo, es necesario que nosotros hagamos de Cristo el objeto soberano de nuestras almas. Si no, nuestra vida espiritual declinará inevitablemente. Los sentimientos y las experiencias relacionadas con Cristo no pueden constituir nuestro alimento espiritual, porque son variables y sujetos a mil fluctuaciones. Tampoco es suficiente que nos alimentemos en parte de Cristo y en parte de otras cosas. En el asunto de nuestra salvación, es solo el Señor Jesús, y en nuestro crecimiento espiritual, Él también debe serlo todo.
El cristianismo no es un conjunto de opiniones o puntos de vista, ni un sistema de dogmas. Es una realidad divina –algo personal, práctico y potente, manifestándose en todos los acontecimientos y circunstancias de la vida diaria. Fluye del hecho de estar unidos a Cristo en el cielo y estar ocupados de Él. El cristianismo es una Persona. Se puede tener un claro entendimiento de estas cosas, ideas correctas, principios sanos, sin tener la menor comunión con el Señor Jesucristo; se trata de una profesión de fe ortodoxa sin comunión con Él que no es más que una cosa fría, estéril y muerta.
C. H. Mackintosh