Amaba Israel a José más que a todos sus hijos… Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían.
El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano.
Hacemos bien al comenzar esta meditación con las palabras de Juan el Bautista: «Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe» (Juan 3:30). A medida que crecemos en nuestra apreciación del Señor Jesús, viendo más de la gloria de su Persona, cualquier pensamiento elevado que tengamos de nosotros mismos disminuirá.
La Palabra de Dios no es solo una luz para el camino, también es la revelación de Dios. Dios se ha revelado en su propio Hijo, y el Hijo, que habita siempre en el seno del Padre, lo ha dado a conocer. La delicia del Padre –el gozo de su propio corazón– está centrada en el Hijo y gira en torno a Él. Además, se deleita en compartir sus pensamientos con aquellos que Él ha llamado a sí mismo para que también podamos entrar en su gozo.
Esto nos recuerda la historia de José, el cual fue amado por su padre Jacob, y debido a esto mismo fue odiado por sus hermanos. Los hermanos de José sabían bien que él era el preferido de su padre, y por esto tuvieron envidia en sus corazones. «Le aborrecían» a causa de esto. En Juan 15:25 el Señor dice: «Sin causa me aborrecieron». Sin embargo, en este escenario tan oscuro, donde el pecado abundaba alrededor; en el mundo que Sus manos crearon y cuyos habitantes no lo conocieron, Él glorificó a Dios su Padre. ¿Ha de sorprendernos que «el Padre ame al Hijo»? ¡Qué bella y conmovedora es esta expresión! ¡Qué bendición reside en ocuparnos en ello! Cuando nos reunimos en memoria del Señor, el Espíritu Santo se deleita en poner delante nuestro a la Persona y la obra del Señor Jesús. No podemos elevarnos por encima de esto, ni ir más allá, pero sí podemos (aunque débilmente) recrear los pensamientos del Padre acerca de su propio Hijo y postrarnos en alabanza y adoración.
Jacob Redekop