Perseverad en la oración.
Es interesante considerar qué gran extensión de la Palabra de Dios abarca el tema de la oración, ya sea a través de ejemplos, estableciendo preceptos, o pronunciando promesas. Apenas abrimos la Biblia nos encontramos con esta declaración: «Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová» (Gén. 4:26). Y cuando estamos a punto de cerrar el volumen sagrado, nuestros oídos logran percibir el «Amén» a una súplica sincera (Apoc. 22:20-21)
Los ejemplos son abundantes. Hallamos a un Jacob luchando en oración; a un Daniel que oraba tres veces al día; y también a un David que invocaba a Dios con todo su corazón. Sobre el monte vemos a Elías; en el calabozo nos encontramos con Pablo y Silas. Hay multitud de mandamientos y miríadas de promesas. ¿Qué nos enseña esto sino la sagrada importancia y necesidad de la oración?
Podemos tener la certeza de que todo lo que Dios le ha dado prominencia en su Palabra, Él pretende que sea visible en nuestras vidas. Él ha dicho mucho acerca de la oración porque sabe que la necesitamos grandemente. Tan grandes son nuestras necesidades que no debemos cesar de orar hasta que estemos en el cielo. ¿No te falta nada? Entonces temo que no conoces tu propia pobreza. Entonces ¿no tienes ninguna misericordia que pedirle a Dios? ¡Entonces ruego que la misericordia del Señor te muestre tu propia miseria!
Un alma sin oración es un alma sin Cristo. La oración es el balbuceo del creyente recién nacido de nuevo; el grito del creyente luchador, el réquiem del creyente que está por dormir en Jesús. Es la respiración, el lema, el consuelo, la fuerza, y el honor de un cristiano. Si eres un hijo de Dios, entonces buscarás el rostro del Padre y vivirás en el amor de tu Padre. Ora para ser más santo, humilde, fervoroso, para tener una comunión más cercana con Cristo, y para entrar más a menudo en la casa del banquete de su amor. Ora para que puedas ser un ejemplo y una bendición para otros, y para que puedas vivir más para la gloria de tu Maestro. ¡Oh! Que este sea tu lema: «Persevera en la oración».
C. H. Spurgeon