Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.
Lucas es el único evangelista que relata la última de las siete expresiones del Señor en la cruz. Sin embargo, esta está implícita en el relato de Juan, cuando dice que Cristo inclinó su cabeza y entregó su espíritu. No se trata aquí del Espíritu Santo, sino de su espíritu humano, aunque todo lo que Él hizo fue hecho en el poder del Espíritu Santo –pero ese es otro tema. Lucas enfatiza el lado humano de las cosas y muestra que, cuando la obra de Cristo estuvo completada, ya no hubo separación entre Dios y Él. También relata lo que sucedió después de las tres horas de tinieblas: la restauración de la comunión entre Dios y el Hombre Cristo Jesús.
Con total confianza, Él encomendó su espíritu al cuidado del Padre –aquí el Padre es el Padre del Hombre Cristo Jesús. Al mismo tiempo, Él es el Padre del Hijo, en el sentido de aquella eterna relación que no pudo ser perturbada ni quebrada durante las tres horas de tinieblas. Estas cosas están más allá de nuestra comprensión humana.
Lucas también dirige nuestra atención a los resultados de aquellas seis horas tan solemnes: «Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este Hombre era justo» (v. 47). Uno de los temas prominentes en los escritos de Lucas es la alabanza y la gloria de Dios, la cual Él recibe de parte de los seres humanos redimidos. Los detalles acerca del centurión son importantes, no solo porque dan testimonio de que el Señor Jesús era un Hombre justo, sino también porque este oficial romano dio gloria a Dios. Al hacerlo, debió haberse convertido en creyente. En este día de gracia, Dios recibe gloria solamente de parte de los creyentes, pero en el mundo venidero, y en el Gran Trono Blanco, toda rodilla se postrará –es decir, incluyendo a todos los no creyentes.
Alfred E. Bouter