El Señor Está Cerca

Viernes
5
Agosto

Cuando haces un voto a Dios, no tardes en cumplirlo, porque Él no se deleita en los necios. El voto que haces, cúmplelo. Es mejor que no hagas votos, a que hagas votos y no los cumplas. No permitas que tu boca haga que tu carne peque, y no digas delante del mensajero de Dios que fue un error.

(Eclesiastés 5:4-6 NBLA)

Pasados los dos meses volvió a su padre, quien hizo de ella conforme al voto que había hecho.

(Jueces 11:39)

Los jueces de Israel (22) Jefté (C) Un voto descuidado

Los ancianos de Galaad habían escogido a Jefté como líder para batallar contra los amonitas, y él había negociado con ellos cuál sería su recompensa por asumir tal responsabilidad. Sin embargo, el Espíritu del Señor vino sobre él, y entregó a estos enemigos en sus manos. En esto vemos la soberanía del Señor: Él no se limita a sí mismo utilizando solo a «buenas personas» como instrumentos para cumplir sus propósitos.

Camino a la batalla, Jefté hizo un voto al Señor, un voto imprudente y temerario. Prometió sacrificar en holocausto al primero que saliera de su casa a recibirlo cuando regresara «victorioso de los amonitas» (v. 30-31). Cuando volvió victorioso a su casa, su hija, su única hija, salió a recibirlo con panderos y danzas. ¡Qué conmoción! ¡Qué aflicción trajo a su corazón! Si bien se lamentó amargamente de haber realizado un voto tan necio, insistió en cumplirlo. Mientras que su hija honró a su padre, pues manifestó que estaba dispuesta a sujetarse a él hasta las últimas consecuencias.

¡Qué importante es que cumplamos lo que hemos prometido, tanto a Dios como a nuestros semejantes!

Nuestro sí debe ser sí y nuestro no, no (Mat. 5:37). No hagamos promesas necias cuyo cumplimiento no podemos asegurar. Dios nos hace responsables de nuestras palabras.

Seamos agradecidos de que Dios sea el gran Dador. Él es fiel. No solo puede cumplir lo que promete, Él lo hace. «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?» (Rom. 8:32).

Eugene P. Vedder, Jr.

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