¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.
Es triste decirlo, pero el pueblo de Israel había demostrado ser como Jacob, su padre, quien le confesó a Dios: «Indigno soy de toda misericordia y de toda la fidelidad que has mostrado a Tu siervo» (Gén. 32:10 NBLA). Su historia estaba marcada no solo por la debilidad y el fracaso, sino también por la dureza de corazón y su rebelión contra el Señor. Dios lo había (y ha) puesto en diversas experiencias angustiosas y dolorosas, al punto que incluso las naciones gentiles reconocen que eran mucho más excesivas y terribles de las que ninguna otra habían soportado alguna vez.
Eventualmente, al menos una parte de la nación de Israel se dará cuenta y se enfrentará a la inmensidad de su culpa, lo que generará que se vuelvan al Señor. Cuando lo hagan, ¿qué descubrirán? Maravillosamente, ¡descubrirán que Dios es mucho más clemente y bueno de lo que jamás habían imaginado! De hecho, su gran bondad los conducirá, con total eficacia, al arrepentimiento (comp. Rom. 2:4).
La certeza de esta bondad y compasión no estará limitada solamente a Israel, pues Israel es solo un ejemplo de toda la humanidad. Así como Israel ha pecado, así lo hemos hecho todos, y todos necesitamos al mismo Salvador, quien recibirá alegremente a toda persona que le confiese su culpabilidad. Él inmediatamente nos perdonará nuestros pecados. Su ira contra el pecador será totalmente aplacada. Él echará todo pecado en las profundidades del mar para que no sean nunca más recordados en relación a la persona culpable. ¡Oh, sublime y maravillosa gracia!
Si tienes dudas, o no tienes certeza de haber recibido tal perdón, entonces no dudes más, confía totalmente en el Señor Jesús. Cree en su Palabra, y agradécele por su gracia salvadora
L. M. Grant