Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío, y Dios mío.
De forma sumamente conmovedora, este salmo hace alusión al tierno cuidado de Dios sobre la más insignificante de sus criaturas. El salmista envidia sus privilegios. Desea anidar, por así decirlo, en la casa de Dios. El creyente encuentra una morada y un lugar de descanso junto a los altares de Dios; o más exactamente en las grandes verdades que estos representan.
Por otra parte, su confianza en Dios se endulza y fortalece por el conocimiento de Sus cuidados minuciosos, universales y providenciales. Este tema era su constante admiración. Alguien dijo una vez: «Dios no se olvida de hallar una casa para las aves más comunes, y un nido para el más inquieto de los pájaros». ¡Qué confianza nos debería dar esto! ¡Qué descanso para el alma que se echa sobre los cuidados tiernos y benévolos de Aquel que provee con tanta plenitud para las necesidades de todas sus criaturas! Entendemos el significado de la palabra «nido», así como la expresión «casa». ¿No se trata acaso de un lugar de seguridad, un refugio de la tormenta, un escondite en el que esconderse de todo mal –una protección de todo lo que nos puede hacer daño– un lugar en el que descansar, acurrucarse y alegrarse?
Pero hay algo en estas aves tan privilegiadas que nos sorprende mucho en nuestra meditación: Ellas no conocen a Aquel que les dispensa tanta bondad –no saben nada acerca de su corazón y su mano amorosa. Disfrutan las ricas provisiones de su tierno cuidado; Él se preocupa de cada una de sus necesidades, pero no hay comunión entre ellas y el gran Dador de todo bien. A partir de esto, oh alma mía, puedes aprender una lección muy útil. Jamás descanses satisfecho con simplemente frecuentar tales lugares, o por el hecho de tener ciertos privilegios allí; sino que levántate en espíritu, busca, encuentra y disfruta de una comunión directa con el Dios vivo por medio de Jesucristo nuestro Señor.
A. Miller