El Señor Está Cerca

Lunes
18
Julio

Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite.

(2 Reyes 4:6)

El aceite de la viuda

Este versículo cierra un relato conmovedor en la vida del profeta Eliseo. Una viuda, la cual estaba en la miseria, acudió a él; sus acreedores estaban a punto de tomar a sus dos hijos como esclavos para cobrar sus deudas. La solución de Eliseo fue introducir el poder de Dios en la situación –ella debía pedir prestadas la mayor cantidad de vasijas que pudiese a sus amigos y vecinos, y luego llenarlas a partir de la única vasija que le quedaba en su casa. Ella cree en las palabras del profeta y obedeció sus instrucciones, obteniendo así una gran cantidad de aceite, lo suficiente para vender y pagar todas sus deudas.

Podemos sacar tres hermosas lecciones de este suceso, teniendo en consideración que el aceite es una ilustración del Espíritu Santo.

1.- Las vasijas debían estar vacías antes de llenarlas con aceite. De la misma forma, nuestras vidas deben ser vaciadas del yo y el pecado si hemos de ser útiles, llenos con el Espíritu Santo (Efe. 5:18).

2.- El aceite se mantuvo fluyendo mientras hubo vasijas vacías. ¡Qué demostración del poder del Espíritu de Dios veríamos en el mundo si hubiese más vasos vacíos! ¡Oh, que más de nosotros podamos decir lo que dijo Pablo: «ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder» (1 Cor. 2:4)!

3.- En este mundo, solo ha habido una vida en la que el aceite jamás cesó de fluir, ni por un solo instante. Nuestro precioso Señor Jesucristo caminó de tal forma en el poder del Espíritu Santo que Dios fue glorificado continuamente en cada pensamiento, palabra y obra suya. Escuchemos el testimonio elocuente de Juan el Bautista a su (y nuestro) Señor: «Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano» (Juan 3:34-35).

G. W. Steidl

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