Todo Él codiciable.
Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derramó en tus labios.
La hermosura de Cristo reside en su perfecta humanidad. Él es semejante a nosotros en todo, excepto en nuestros pecados y en nuestra naturaleza pecaminosa. Cuando niño, Él crecía en sabiduría y estatura (Lucas 2:52). Trabajó, lloró, oró y amó. Además, él «fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (He. 4:15).
¡Él es perfecta y completamente humano! Marta lo retó; Juan, que había visto de cerca sus obras poderosas, no dudó en recostarse sobre su pecho. Sus discípulos le formularon preguntas necias, lo reprendieron, lo veneraron y lo adoraron. ¡En todo esto Él es todo codiciable! Recibió todo tipo de pecadores; siempre lleno de compasión (Mat. 9:36; 14:14; Marcos 1:41). No se fijaba solamente en aquellos que «merecían» ser sanados, sino que sanaba a todos (Mat. 8:16). Él era perfectamente humilde –podría haber escogido cómo y dónde nacer, pero entró en este mundo como uno más.
La hermosura del Señor Jesucristo se manifiesta de la forma más admirable y dulce en su modo de actuar con los pecadores. Por ejemplo, le hizo ver a Nicodemo cuán ignorante era sin utilizar ninguna palabra dura, sin ninguna expresión que dañara la autoestima de aquel que era considerado maestro en Israel. Y cuando lo vemos hablar con la mujer samaritana, ¡con qué paciencia le desplegó las verdades más profundas! ¡con cuánta gentileza, y al mismo tiempo con total fidelidad, confrontó su pecado!
En un carácter perfecto, todos los rasgos tienen un equilibrio armonioso. No hay debilidad en su gentileza. Su valentía nunca es despiadada ni cruel. Contémplenlo desde su arresto hasta su crucifixión: nunca perdió la calma ni su gran dignidad. Véanlo en la cruz cargando nuestros pecados sobre su cuerpo (1 Pe. 2:24) para que pudiésemos ser justificados (Gál. 3:24) y tuviésemos vida eterna (Juan 3:36). ¿No es el más hermoso de los hijos de los hombres?
C. I. Scofield