Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz.
Este salmo se divide en tres partes: un testimonio de la creación; el testimonio de la Palabra; y un llamado a la conciencia del hombre.
El firmamento (los cielos) es un testimonio visible de la gloria de Dios. Se puede contemplar desde todas partes. Sin decir ni una sola palabra, se oye una voz y se transmite un mensaje, un mensaje que declara el poder y la sabiduría del Creador, nuestro Señor Jesucristo. El testimonio universal de los cielos es continuo, sin una sola interrupción –de día y de noche. El sol (v. 4) es prominente, siendo un símbolo de autoridad suprema y un tipo del Señor Jesucristo. El sol es el centro alrededor del que gira la tierra, y es comparado a un esposo que se levanta por la mañana. Nada escapa a su mirada, y todo depende de él. Sin él no habría luz ni vida en la tierra (Juan 1:4, 9).
El testimonio de la Palabra escrita sigue en el versículo 7. Debido a que el pecado entró en el mundo por el hombre, la gran necesidad del hombre es convertirse. La ley del Señor, no la creación, puede producir esto y convertir el alma. Cuando un alma se convierte, se produce un cambio total, el cual produce otras cualidades: El testimonio del Señor hace sabio al sencillo, alegra el corazón, y alumbra los ojos; el temor del Señor es limpio y perdurable, y sus juicios son verdaderos y justos (v. 7-9). Todo lo anteriormente mencionado tiene un valor incalculable y promete una gran recompensa a quienes obedecen sus preceptos.
Finalmente, en los versículos 12 al 14 vemos el deseo de un alma piadosa de ser escudriñada por la Palabra, en búsqueda que los secretos ocultos de su corazón se manifiesten para agradar a su poderoso Redentor «Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti» (v. 14).
Jacob Redekop