Llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas.
La tribulación produce paciencia.
La escuela del Padre, que se basa en pruebas y tribulaciones, le disgusta mucho al corazón natural, pero el amor que nos ha asegurado las bendiciones eternas es el mismo que opera en nosotros. Esta obra se lleva a cabo en la escuela de las tribulaciones con el fin de que podamos, durante nuestro viaje por este desierto, darnos cuenta de estas bendiciones y deshacernos de todo lo que nos impida disfrutarlas. Muchos pueden pensar que nos basta con tener paz con Dios con respecto a nuestro pasado, el favor divino e inmutable con respecto al presente, y una esperanza cierta para el futuro. Sin embargo, el Padre, en su sabiduría, gracia y amor inescrutables, tiene algo más para ti –no allí en lo alto, sino aquí abajo, en el desierto.
Es precioso regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios, pero regocijarse en las tribulaciones es algo muy diferente. Los israelitas cantaron un bello cántico de alabanza a Jehová cuando Él los hizo cruzar el mar Rojo, pero las notas de esta alabanza duraron poco tiempo, pues cuando llegaron a Mara, ellos comenzaron a murmurar. ¿Qué hay de nosotros, su pueblo celestial? ¿Murmuramos como Israel cuando llegamos a «Mara»?
Es precioso cuando podemos levantarnos por encima de la presión de las circunstancias en el poder de la fe. Pero es algo muy distinto el inclinarse con paciencia debajo de ellas y aprender la paciencia cristiana, la cual puede ser nuestra solamente en la escuela del Padre, la escuela de las tribulaciones. La carne no disfruta el crisol, y el tentador solo se dedica a susurrar: «Dios está en tu contra y te está tratando como un Juez». Pero el hijo de Dios puede decir: «Mi Padre está a mi favor, y por esta misma razón ha enviado estas pruebas. Él está tratando conmigo como un Padre, no como un Juez». «Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por Él; porque el Señor al que ama, disciplina» (He. 12:5-6).
W. J. Hocking