El Señor Está Cerca

Miércoles
8
Junio

Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago… ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.

(Romanos 7:18-19, 24-25)

La liberación del poder del pecado

Aunque la doctrina de que hemos muerto con Cristo es explicada claramente en los capítulos 6 y 7, nuestros sentimientos no van en línea con ella. No nos sentimos muertos al pecado, pues pensamos que el pecado tiene demasiada influencia sobre nuestros corazones y mentes. Pablo trató de vencer estas operaciones del pecado en su corazón, pues ahora que había sido salvado, él odiaba el pecado como nunca antes. Pero su naturaleza pecaminosa era demasiado para él, es por eso que dijo: «no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago» (v. 15).

Pablo continúa diciendo: «Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (v. 22-23). Por medio de esta experiencia amarga, hubo un despertar gradual en él, pues se dio cuenta que tenía dos naturalezas que se oponían entre sí. Y esperaba que triunfara la buena naturaleza, pero esa no es la forma en la que Dios opera. La victoria no la obtendrá el mal «yo», pero tampoco el buen «yo». Finalmente, él se da cuenta que la liberación se halla fuera de él mismo, y dice: «Miserable de mí! ¡quién me librará de este cuerpo de muerte?»

La liberación debía venir completamente de fuera de él. La luz comienza a amanecer en su alma cuando añade: «Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro». Esto aún no es la liberación, pero es el comienzo, pues es el reconocimiento de que el Libertador no le puede fallar.

L. M. Grant

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