Una cosa hago.
El apóstol Pablo tenía un solo objeto delante suyo: Cristo. Ya sea que se quedase en un lugar o que estuviese de viaje, que predicase el evangelio o que juntase ramas secas para las estacas, que estableciese iglesias o que hiciera tiendas, su objeto era Cristo. Tanto de noche como de día, en casa o fuera de ella, por mar o por tierra, solo o con otros, en público o en privado, él podía decir: «una cosa hago». Y esto, notémoslo bien, no se trata solamente de Pablo el apóstol laborioso, o Pablo el evangelista, pastor y maestro, sino de Pablo el cristiano vivo, activo y caminante; aquel que se dirige a nosotros en estas palabras: «Hermanos, sed imitadores de mí» (v. 17). Y no deberíamos contentarnos con nada menos.
Pero –dirá alguno– ¿dónde se halla esto? En efecto, si lo buscamos en las filas de los cristianos en nuestros días, ello será ciertamente difícil. Pero es lo que nos dice el tercer capítulo de la epístola a los Filipenses, y esto debe bastarnos. Hallamos allí un modelo del verdadero cristianismo, que debemos tener única y continuamente ante nuestros ojos. Si nuestro corazón quisiera ir en pos de otras cosas, entonces juzguémoslo. Sin duda habremos de llorar por nuestras frecuentes caídas, pero estaremos ocupados con nuestro verdadero objeto, y tendremos así formado nuestro carácter cristiano.
No lo olvidemos: es el objeto el que forma el carácter. Si mi meta es el dinero, seré avaro; si busco el poder, seré ambicioso; si amo la literatura, seré literato; si mi objeto es Cristo, seré cristiano. Si alguien nos pidiera que definamos en pocas palabras qué es un cristiano, en seguida responderíamos que es un hombre cuyo objeto es Cristo. Esto es sencillísimo. ¡Ojalá que podamos experimentar el poder de esta verdad, de manera de manifestar un carácter de discípulos más sano y vigoroso, en estos días en que tantos cristianos, lamentablemente, tienen sus pensamientos en las cosas terrenales!
C. H. Mackintosh